El doblar de las campanas

El doblar de las campanas

Por 17 años, Rafael Parra Castañeda se ha encargado de hacer vibrar el campanario de la Catedral más grande de América Latina.

Por 17 años, Rafael Parra Castañeda ha hecho vibrar las campanas de Catedral.

Por 17 años, Rafael Parra Castañeda ha hecho vibrar las campanas de Catedral.

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Gina Sánchez

Por 17 años, Rafael Parra Castañeda ha hecho vibrar las campanas de Catedral.
Gina Sánchez

Mantener viva la tradición
Todos los días, un repicar de campanas anuncia que son las nueve de la mañana en el primer cuadro de la ciudad. La gente camina apurada en las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México para dirigirse a sus oficinas.

A más de 50 metros de altura, Rafael Parra Castañeda, Campanero Mayor de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, mantiene viva una tradición de tiempo atrás: “Muy pocas catedrales en el mundo siguen repicando las campanas de manera manual; casi todas lo hacen de forma automática”. A su alrededor, el ruido de la ciudad se funde con el del aire que sopla en la torre de la Catedral más grande de América Latina.

Rafael estudiaba Teología en el Seminario y ayudaba con las labores de limpieza de la Catedral, entre otras cosas, además de ser asignado al campanario, auxiliando al ‘señor Polo’, quien era el Campanero Mayor y cuya avanzada edad le impedía llevar a cabo su labor.

“Yo tenía conocimiento de la palabra de Dios”, cuenta Rafael mientras sube la escalera de caracol que separa el primer y segundo nivel de la torre. “Una vez que terminé Teología, me hacen la invitación para hacer un Ministerio, en el cual me hablaban de ser padre diácono permanente. Esto me cuestionó mucho. Me encantaba estar en el altar, pero nunca imaginé que esto sucediera. Me inscribí y estudié casi seis años en el Seminario. El 3 de junio de 2005 me ordenaron como diácono permanente. No había nadie que conociera esta forma de dar los toques de campana y por eso decidí quedarme a cargo de las dos torres de Catedral”, relata mientras sujeta el grueso cordón de la campana principal, con la que dará el Angelus.

La voz de Dios

“Se dice que el fondo de la campana representa la bóveda del cielo. El badajo representa el mundo en el que vivimos. Cuando el hombre y ese mundo hacen contacto con esa bóveda, es cuando sale la voz de Dios y ese es mi trabajo: hacerla sonar”. Para Rafael, la labor que desempeña es un ciclo completo: tocar las campanas, revisar su funcionamiento, celebrar una misa. Su voz refleja orgullo y sonríe mientras habla de su labor.
Cerca de 200 escalones separan las campanas de la planta baja del recinto sacro. Rafael los sube tres veces al día para hacerlas repicar. La primera es a las nueve de la mañana, con la ‘Oración de las Laudes’. A medio día, se da el Angelus, que representa un repique de alegría y de gozo. Por último, a las tres de la tarde, se da la Hora Nona para conmemorar la hora en la que murió Jesús. Además, al final de cada repique se toca la Plegaria Rogatoria para hacer una alegoría a la Virgen. “Muchos de estos toques ya no se hacían, y yo me encargué de ‘rescatarlos’”, afirma.

“Antes, las campanas sonaban cada tres horas, ya fuera día o noche. A la hora de los repiques principales 9 AM, mediodía, 3 PM, la gente en las calles se detenía para hacer una oración”, recuerda Rafael con nostalgia. “Hoy en día no se pueden hacer tantos toques por el ruido que causan. Ahora hay más oficinas y hoteles en la zona y la gente se queja”.
Las campanas además servían para anunciar diversos acontecimientos: ya fuera el fallecimiento de algún personaje del gobierno, después de un temblor o alguna invasión por parte de un país extranjero.

La ciudad desde arriba y también desde abajo

A más de 50 metros de altura, Rafael aún se sorprende de forma en que percibe a la ciudad. “A veces estoy aquí arriba y tengo la oportunidad de ver cómo es que de un lado de la ciudad está cayendo un tormentón, en otro lado una llovizna y del otro lado, el cielo está despejado”, cuenta mientras apunta hacia el sur de la ciudad; “puedes ver cosas impresionantes”.

Este hombre ha tenido la oportunidad de experimentar movimientos telúricos en distintos lugares de la Catedral mientras realiza sus labores. “Una vez, estaba en las criptas con el encargado de mantenimiento, revisando un corto circuito, cuando empezó a temblar. Se siente más horrible más abajo que acá arriba, porque sientes cómo se movía todo”, cuenta con una sonrisa; “en cambio, una mañana estaba aquí en la torre, cuando empezó a temblar. Me tocó ver como se movían la Torre Latinoamericana de un lado a otro. Me olvidé de donde estaba y me quedé impresionado, viendo cómo se mueve la Ciudad de un lado a otro. Son dos momentos muy diferentes: abajo con terror y aquí arriba, admirando como se mueve la ciudad”.
El futuro
Mientras Rafael habla apasionadamente de su trabajo, un par de jóvenes deambulan de un lado a otro de la torre. “Yo hice un grupo de campaneros voluntarios y los jóvenes vienen cuando los necesitamos”, afirma con orgullo.
“Entre semana, el ritual de tocar las campanas dura alrededor de cuatro minutos, los sábados 10 y los domingos, hasta 12. Eso excluyendo las festividades, que también llevan más trabajo. Los jóvenes son voluntarios y les encanta venir. Yo los prefiero aquí que en la calle, haciendo otras cosas que no deben de hacer. Sus papás están con la confianza de que están aquí. Los evangelizo y les enseño a tocar las campanas. Y si tú oyeras cómo hablan, ves la armonía y la alegría con la que lo dicen. Están muy metidos en lo que están haciendo”, concluye con una sonrisa.
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