En los ‘royals’ de Mónaco corre sangre mexicana: ¡En los hijos de Grace Kelly y el príncipe Rainiero!
Este martes de TVNotas, te traemos esta historia en colaboración con La-Lista. Descubre cómo el príncipe Alberto y sus hermanas, Carolina y Estefanía de Mónaco, tienen familia mexicana. ¡Hablan perfecto español!
Cada que podía, el príncipe Rainiero III de Mónaco gritaba a los cuatro vientos: “Por mis venas corre tequila”’, una expresión que gustaba decir debido a que su bisabuela nació y creció en México.
Se trata de Susana de la Torre y Mier, quien pertenecía a una de las familias más acaudaladas de la República Mexicana y se casó con el conde Maxence de Polignac.
Susy, como le decían de cariño, era la hija mayor de María Luisa de Mier e Isidoro de la Torre, quienes se casaron en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México el 11 de diciembre de 1857.
La boda de María Luisa e Isidoro fue una de las más comentadas en el país, pues ambos venían de familias de poder y abolengo, por lo que sus descendientes heredarían riquezas y renombre.
La unión de mexicanos con la realeza europea
Si bien en México no existió una monarquía como tal —a excepción del breve paso del emperador Maximiliano de Habsburgo y Carlota— sí existen mexicanos que están ligados a las distintas coronas europeas.
Este es el caso de Susana María Estefanía Francisca de Paula del Corazón de Jesús de la Torre y Mier, nombre completo de la mexicana royal de Mónaco. Nació el 2 de septiembre de 1858 y, al nacer en cuna de oro, recibió la mejor educación dentro y fuera del país. Por si fuera poco, la primogénita del matrimonio mexicano hablaba cinco idiomas: inglés, francés, alemán, italiano, y por supuesto, español.
Además, su madre María Luisa estuvo pendiente de que sus hijas siempre tuvieran buenas costumbres y modales, así como ser educadas bajo la fe católica.
Los reportes de la época la describen como una mujer de ojos claros y tez blanca, que siempre lucía hermosos vestidos y elaborados peinados que la hacían parecer una princesa.
Al crecer, Susana gustaba de viajar al llamado ‘Viejo continente’, donde disfrutaba ir de compras a las boutiques parisinas para estar a la moda y fue así que en uno de sus tantos viajes conoció .
El conde, impresionado con la inteligencia, belleza y sofisticación de Susana, comenzó a cortejarla. Corría el año de 1881 cuando Susana, de 23 años, y Maxence, 24 años, pisaron el altar y contrajeron matrimonio en París, Francia.
El matrimonio tuvo ocho hijos: Javier, Ana, Maxence, Beltrán, Josefina, María Luisa, Raimunda y Pierre de Polignac. La devota madre educó a sus hijos a su semejanza, inculcándoles la religión católica y recitándoles poesía de su país natal.
Aunado a eso, gustaba de contarles a sus hijos sobre México por lo que Pierre —el más pequeño y futuro principe consorte de Mónaco- aprendió de tierras aztecas.
El niño escuchó de voz de su madre sobre las tradiciones y sabores mexicanos, sobre sus ancestrales bebidas y los bellos paisajes con los que contaba su país natal.
Cuando Susana falleció a los 54 años de edad en 1913, Pierre atesoró aquellas pláticas de su madre a tal grado que cuando él tuvo hijos les platicó las anécdotas de la abuela.
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La sangre mexicana llega a la dinastía Grimaldi
Cuando Luis II de Mónaco comenzó a envejecer y viendo que no tenía heredero que pudiera dirigir el principado optó por adoptar a su propia hija no reconocida, Carlota, que nació de su relación con la actriz Marie Juliette Louvet.
Ya siendo la hija de Luis II, Carlota pasó de ser una simple plebeya a ser la princesa heredera de Mónaco. Tras resolver ese ‘problema’, su padre comenzó a buscarle marido, pues deseaba que su hija pudiera embarazarse para tener un heredero y asegurar la dinastía Grimaldi.
Fue entonces que apareció Pierre de Polignac, hijo de la aristócrata mexicana Susana María Estefanía Francisca de Paula del Corazón de Jesús de la Torre y Mier, y quien más convenció para ser el esposo de su hija a Luis II.
La boda, que se llevó a cabo sin amor y como un mero trámite, se celebró en 1920 y aunque desde un inicio el matrimonio no funcionó, la pareja tuvo dos hijos: Antonieta (1920) y Rainiero (1923).
El principe Luis II, más tranquilo al tener un heredero para Mónaco, dejó que su hija se divorciara y se fuera a vivir a Francia, a donde recurrentemente se escapaba Carlota para sobrellevar la vida de casada que tenía con Pierre.
Pierre, a diferencia de Carlota, se hizo presente en la vida de sus hijos, tal como lo educó su madre que siempre les recordaba la importancia de la familia y los hijos.
Aunado a esto, Pierre inculcó a sus hijos los valores maternales que le enseñó Susana a tal grado que cuando Rainiero sucedió a su abuelo Luis II, éste le dio un lugar especial dentro del principado a manera de gratitud
Cuando su padre murió en 1964, Rainiero no paraba de platicar de las anécdotas de su abuela e intrigado por conocer las tierras de su sangre mexicana, visitó el país en 1968 para ser testigo de los Juegos Olímpicos que ese año se realizaron en México.
Durante ese viaje, según cuenta la prensa del momento, el principe de Mónaco se hospedó en casa de uno de sus primos hermanos. Y no solo se quedó en el entonces llamado Distrito Federal, sino que también visitó Mérida y Cuernavaca.
Rainiero, en honor a su abuela mexicana, nombró a una de sus hijas Estefanía. No solo eso, quiso que sus hijos aprendieran hablar perfectamente el español, por lo que el hoy principe regente de Mónaco, Alberto, lo habla como si fuera mexicano.
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